El narrador de la historia y la zona segura para observar a 💪 Hércules
Sin embargo, bajo el foco intenso del ingreso de luz que proviene desde una pequeña zona del cielorraso, el jarrón de arcilla central queda convenientemente iluminado, otorgándoles así protagonismo inmediato a las musas inspiradoras que tatúan con estilo las paredes externas de la vasija: ellas son las diosas de las artes y las proclamadoras a viva voz de los héroes y dioses.
Desplazando rápidamente al narrador que comenzó el escueto relato de los aguerridos protagonistas de la mitología del Olimpo, las musas, con gracia y estilo teatral, entonan cada una de ellas y entre todas a la vez la transmisión oral y cantada de la introducción de la historia que pronto nos abarcará en su atrapante trama.
Es en este sentido que las musas representan un narrador que se aúna, independientemente de que el cuento sea abordado inicialmente por un grupo, en una pluralidad de voces que aportan detalles y enfoques diferentes, provocando un efecto coherente y melódico en la narración del contexto del nacimiento de Hércules.
Ahora bien, si bien la intro de las musas destella virtuosismo, notoriedad e imponencia, es cierto que el bello grupo de diosas sólo genera la narración del relato que apenas dura los primeros minutos del total de la historia. Esto nos lleva a preguntarnos si, fuera de las musas, el narrador luego cambia, se muda a otro personaje, permanece agazapado en la vereda opuesta de las musas, es decir, prácticamente invisibilizado, o bien toma posiciones narrativas diferentes a la omnisciencia que sí tenían las musas.
¿Dijimos que las musas son un narrador omnisciente?
Quizás es la zona más segura, o al menos la más cómoda. Es la clasificación más conocida que tenemos de un tipo de narrador que posee la sabiduría total. Se le dice omnisciente porque, como su nombre lo indica, lo sabe todo, esto es; conoce todos los detalles de la historia, accede a todos los pensamientos y tiene entrada a la observación de todos los sentimientos y emociones de los personajes.
Este parece ser el enfoque de las musas relatoras. Desde el jarrón sagrado de la voz audible de los relatos de los grandes hacedores de las hazañas de la antigua Grecia, ellas tienen una perspectiva total de la historia: pueden ver lo que está a punto de suceder en la sede principal del Olimpo; en las inmediaciones etéricas de Zeus y Hera; los seres que amenazarán la tamaña misión del recién nacido; el transcurso de los logros bravíos de Hércules y, por supuesto, los resultados espectaculares de sus intervenciones de fuerza y potencia, consecuencias directas de sus inigualables talentos y virtudes.
Entonces así parece, las musas lo saben todo. ¿Y luego qué?
Como si fuera la lente de una cámara de un estudio de grabación, ahora el enfoque del espectador ingresa a la historia misma, dejándola de observar desde afuera, como sí lo hacían las musas, para pasar a quedar inmerso y absorbido por los espacios escénicos del desenvolvimiento del mito hercúleo.
Sería de esperar entonces que sigamos pensando que el narrador, esa voz que antes era una voz directa y proclamante de la vida del gran héroe, siga sabiéndolo todo, cada detalle, cada pensamiento y cada sentimiento del protagonista y sus antagónicos.
Habiendo dejado el atrio de las musas e ingresado a la historia misma, ¿realmente seguimos sabiéndolo todo?
Y la respuesta se vuelve un claro no, abandonando la zona de comodidad segura que nos entregaba un contador mega-sapiente para pasar a ocupar una silla un tanto más modesta, que es la de aquel narrador que no canta, que no tiene figura visible de personaje ni mucho menos una melódica voz de ave cantora.
Y así, ya no lo sabemos todo. Porque mientras nos encontramos en la superficie alcalina en las alturas del cielo, nublada por el blanco de la pulcritud y la divinidad, sólo conocemos lo que acontece con Zeus, Hera y el pequeño Hércules con su fuerza brutal sin mesura. Sin embargo, ¿qué sucede con Hades? O bien, ¿sabemos cómo va la vida de Megara? Incluso, ¿tenemos conocimiento de lo que en ese momento experimenta Filoctetes, el minotauro que será el entrenador de Hércules en la Tierra?
La respuesta vuelve a ser no
Quizás, en la aproximación audiovisual de la crónica de una historia, se haga realmente claro observar cómo de la narración desde el ojo poderoso y todo-abarcativo de las musas inspiradoras se pasa a un narrador equisciente o limitado con total evidencia. Un narrador que ahora conoce sólo el transcurso de la trama principal, o la trama de turno de acuerdo al plano narrativo que deba tomar preponderancia para que la historia avance. Mientras que el resto de los planos, de los personajes y de sus peripecias no se detienen, sino que se encuentran atravesando vivencias que modifican el curso de sus vidas, arrojándoles sus aprendizajes y sus saldos. Y todo esto continúa sucediendo aunque la lente de la cámara no los enfoque.
Sin embargo, la literatura, que sólo cuenta con el soporte escrito, donde la palabra es el único recurso para montar la imagen y la descripción del mundo externo y la del mundo interno de cada personaje, también hace uso de distintos tipos de narradores y su clasificación. Aún cuando conociéramos la historia de Hércules desde la lectura de un antiguo pergamino griego, o simplemente la conociéramos desde un libro moderno de nuestros días, el enfoque de quien la cuenta iría saltando de acá para allá, alternándose entre escenas, tramas y subtramas, llevándonos en avances parciales hacia la consecución del fin último del relato: su desenlace.
¿Y por qué existe una clasificación del narrador, cuál es su utilidad?
Si hacemos referencia a la utilidad de adoptar un tipo u otro de narrador, la lista podría ser extensa. A modo de ejemplo, algunas de esas utilidades que genera una postura narrativa determinada, sea desde un enfoque más alejado o desde uno más cercano, podrían ser:
- La belleza del arte escrito.
- La transmisión de una doctrina filosófica o una línea de pensamiento.
- La estética del lenguaje en acción.
- El relato de una historia como medio para transmitir una moraleja.
- La creación de artefactos culturales y de identificación a través de la literatura.
- La intención de engañar o confundir al lector para causar un efecto sorpresa ante los nudos imprevistos del argumento.
- La movilización hacia la empatía y la identificación con los procesos psíquicos de los personajes.
- El deseo de contar y compartir una historia que ha movilizado primeramente a quien pretende dársela a los demás.
Innumerables motivos más pueden ser los propulsores, los intereses y las inquietudes de quien cuenta un relato.
Y acá nos quedamos con la pepa de oro porque, de hecho, acabamos de encontrarla. Y esta es sencilla y compleja a la vez: la intención del narrador.
¿Cuál es la intención que tenemos al contar una historia? ¿Qué nos mueve? ¿Qué queremos provocar en el lector? ¿Qué nos moviliza a compartir un relato?
Será tarea de cada ser escribiente entonces definir esa intención, y de acuerdo a ella será un tipo de narrador u otro el que lo asistirá para lograr su objetivo.
En el caso de las musas griegas, la intención es la de compartir la historia de un héroe sin igual, inmortalizando su plausible actuación en la tierra de los mortales, eternizando el ensalzamiento de las virtudes de la valentía, el amor y el coraje como la verdadera fuerza hercúlea.
En este caso, la irrebatible voz del narrador omnisciente que todo lo sabe, que todo lo ve y que todo lo juzga, es la elección adecuada.
En la próxima entrega tenemos la Parte 2 de este contenido en la que seguiremos avanzando con clasificaciones relativas a los tipos de narradores de acuerdo con distintos criterios, menciones de conceptos básicos y consejos útiles para elegir narrador.
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